Este Tratado – nombre que se le da en los manuscritos en que se ha conservado la obra – parece haber sido escrito por Gonzalo Morante (de la Ventura, según uno de los manuscritos), un bachiller en Teología, del cual ha sido tan infructuosa la búsqueda de datos biográficos, que gran parte de los investigadores creen que nunca existió (MARCILLA, 2015, p. 179). Es también autor de un segundo texto, la Disputación (ver ficha en esta misma base de datos). Los datos que sirven para contextualizar la obra son los comentarios del compilador, fray Sancho de Aibar, quien asegura haber copiado esta obra por ser pertinente para una discusión poética sobre la predestinación y el libre albedrío que le fue lanteada a Pedro López de Ayala “el Viejo”, o sea, el canciller (1332- 1407). Los poemas en cuestión están conservados en el Cancionero de Juan Alfonso de Baena, compilado en torno a 1432. Se puede entonces ubicar la redacción del Tratado entre finales del siglo XIV y, más probablemente, principios del XV. Por último, sobre el otro personaje que participa en el Tratado, el mal clérigo llamado Juan Rogel, tampoco se ha podido averiguar nada, por lo que se supone que es también un personaje ficticio.

El Tratado consiste en un diálogo entre Gonzalo Morante y Juan Rogel. La trama de la narración se inicia explicando cómo Gonzalo Morante, en sus viajes a lo largo y ancho del mundo conocido, acaba recalando en tierras musulmanas, concretamente en Organa – inexistente, pero que podría tratarse de Orán –, en la corte del rey del lugar. Allí encuentra a Juan Rogel, quien le reconoce que fue sacerdote cristiano, pero que en realidad no tiene religión definida. Parece que, tras varias preguntas y respuestas, Gonzalo consigue satisfacer las dudas de Juan Rogel, de tal manera que al final le quedan dos dudas por resolver que serán otro de los ejes narrativos del libro: la predestinación y el libre albedrío. Es a partir de entonces cuando se abre el debate que reproduce el texto del Tratado. En el texto queda bien claro que la predestinación es “la obra de la sabiduria de Dios en la qual es demostrada la su perfeçion eternal” (MENDOZA, 1973, p. 406). Es así, con el hilo de la discusión, que se llega al pasaje donde queda más clara la vinculación del autor (Gonzalo Morante o quien sea) con la obra del filósofo medieval Ramon Llull (1232-1316), sobre todo cuando recurre a una respuesta triple para demostrar el libre albedrío: por razones necesarias (de clara inspiración luliana), por la experiencia sensible e inteligible, y por la autoridad de la Sagrada Escritura. Respecto a esto último, resulta curioso que, cuando llega el turno de exponer lo que las Sagradas Escrituras y las autoridades eclesiásticas dicen, el texto se limita a decir que no lo va a repetir para no cansar al lector. De hecho, no hay citación alguna, siendo la única referencia a la Biblia el caso de Adán y que, como fue creado a imagen y semejanza de Dios, tenía por tanto también libertad en concordancia con Dios.

Según Morante, los que consideran a Dios con sabiduría únicamente olvidan los otros atributos y dignidades divinas, entre los cuales, la perfección”, que explica que Dios no quiera el mal al no hacer nada por salvar a los condenados aunque sepa quiénes son. En efecto, dice: “sy el omne predestinado, de nesçesidat se oviese de salvar e que se non pudiese perder, la sabiduría costrinniría a la justiçia en quanto la justiçia non avería poder de judgar nin obrar en aquel omne, e la justiçia sería en Dios demasyada en el rrespecto del juyzio de las criaturas, nin avería por qué judgar en omne, pues la sabyduría lo tenía costrennido e forçado a fazer lo que sabe que ha de ser” (MENDOZA, 1973, p. 452). Para Morante, “la predestinaçion es en dos maneras: en el predestinador es por un modo et es vna, et en la criatura es otra que la predestinasçion en el redestinador que es Dios et es eternal” (MENDOZA, 1973, p. 460). Todos los hombres estarían predestinados hacia el bien antes de nacer, sin estar ninguno condenado, lo que denomina como predestinación “eternal”. Esto sería diverso de la predestinación “temporal”, que es la que depende del libre albedrío. Si el hombre usa bien de su libertad, ganará sosiego en la gloria eternal.

Esta obra tuvo poca repercusión en su época, a pesar de haberse conservado tres copias – una en Madrid (ms. 174 de la Biblioteca Nacional), otra en París (ms. Espagnol 204 de la Bibliotèque Nationale de France) y una última en Roma (ms. 1022 de la Biblioteca Casanatense), aunque provenientes las tres de Castilla –, lo que no disminuye su importancia a nivel doctrinal, pues se trata de una de las pocas obras en formato dialogado, y además, en castellano antiguo. El hecho de que fuera incluida en una recopilación – el códice de París – para el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo de Acuña (1410-1482), indica que la obra llegó a tener alguna repercusión en determinados círculos.